Aspectos éticos en relación con un compañero con problemas de adicción a sustancias

Aspectos éticos en relación con un compañero con problemas de adicción a sustancias

Editorial Aspectos éticos en relación con un compañero con problemas de adicción a sustancias Antoni Guala,* y Pilar Lusillab aGrup de Recerca en Add...

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Editorial Aspectos éticos en relación con un compañero con problemas de adicción a sustancias Antoni Guala,* y Pilar Lusillab aGrup

de Recerca en Addiccions Clínic. Hospital Clínic de Barcelona. Universitat de Barcelona. IDIBAPS. Red de Trastornos Adictivos (RETICS). Barcelona. España. bServicio de Psiquiatría. Hospital General Universitario Vall d’Hebron. Universitat Autònoma de Barcelona. CIBERSAM. Barcelona. España. *Correo electrónico: [email protected]

En la práctica clínica cotidiana estamos acostumbrados a plantearnos regularmente cuestiones éticas de mucha relevancia. No obstante, es menos frecuente que nos planteemos las connotaciones éticas que pueden derivarse de nuestra relación profesional con colegas. Lejos quedan los tiempos del médico trabajando en solitario. Hoy en día es la excepción, pues la regla es el trabajo en equipo, y en ese marco la interacción profesional y personal con colegas es intensa y constante. Es obvio que el profesional sanitario, en tanto que ser humano, no es ajeno a padecer enfermedades similares a sus congéneres. No obstante, algunas de estas enfermedades, como es el caso de las adicciones asociadas aún a estigma social y rechazo pueden impactar muy negativamente en la praxis del profesional, quien por temor, vergüenza o minimización de los síntomas retrasa la petición de ayuda con el consiguiente riesgo para su salud y la de los pacientes a los que atiende. La existencia de problemas adictivos en el colectivo sanitario está documentada desde hace bastantes años. Diferentes estudios estiman que entre el 10% y el 15% de los médicos desarrollarán un trastorno adictivo a lo largo de sus carreras1,2, cifras que son similares al trastorno por uso de sustancias en la población general en mayores de 18 años. Con cálculos estimativos, si el número de médicos en nuestro país se cifra alrededor de 150.000 profesionales, la afección de entre un 10% y un 15% de ellos indicaría que alrededor de unos 20.000 médicos podrían estar afectados por este problema en algún período de su vida profesional3. Por lo tanto, sería esperable que todos nos encontremos a lo largo de nuestra carrera profesional con colegas y compañeros afectados por este tipo de trastornos. ¿Qué hacer en estos casos? El primer paso para ayudar a un médico con este problema es simplemente pensar que puede estar atravesando por

esa situación. Las sustancias a las que con más facilidad el médico deviene en adicto no son las denominadas ilícitas, sino aquellas que están más presentes en su vida cotidiana como el alcohol y las drogas de prescripción a las que tiene un fácil acceso, como las benzodiacepinas y los opioides, y cuyo uso el médico adicto tenderá a justificarlo como una forma para aliviar su estrés laboral o síntomas de tipo afectivo4. En cualquier caso, y aunque el profesional sanitario con problemas adictivos tratará de enmascarar los síntomas para proteger su trabajo a expensas de otras dimensiones de su vida, antes o después podremos observar algunos síntomas y signos que pueden ponernos sobre la pista de la situación de nuestro colega. Entre los más frecuentes conviene señalar los cambios bruscos de carácter, la dificultad para trabajar en equipo, la conflictividad con compañeros, las ausencias injustificadas, bajas laborales frecuentes y quejas de pacientes, incluyendo denuncias por mala praxis5. Una vez establecida la sospecha, ¿cuál es la mejor respuesta cuando nos encontremos en estas situaciones tan incómodas? ¿Debemos mirar hacia otro lado para “proteger” al colega y a menudo amigo? Sin duda alguna la respuesta es no. En palabras de la Asociación Americana de Medicina6, en esos casos “el silencio no siempre es oro”, y en las líneas que siguen intentaremos explicar las razones que justifican que rompamos el silencio, tanto desde la perspectiva de la atención al paciente como desde la solidaridad hacia el colega afectado. No es casualidad que el juramento hipocrático incorpore uno de los principios básicos de la Medicina: “primum non nocere”. Los médicos sabemos que una de nuestras principales funciones es no provocar daño, pero casi nunca nos planteamos cuál debe ser nuestra conducta frente a un colega cuya praxis pueda ser perjudicial para el paciente. Es obvio que no toleraremos una mala praxis que se produzca frente a FMC. 2016;23(6):315-7

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nosotros, pero ¿cómo reaccionamos frente a un compañero que hallándose bajo los efectos de sustancias psicoactivas pretende realizar una actividad asistencial? Desde una perspectiva ética, está claro que la inhibición, mirar hacia otro lado, no es una respuesta correcta. A título de ejemplo, el código deontológico catalán7 explicita en su artículo 102 que “El médico que sepa que otro médico, por sus condiciones de salud, hábitos o posibilidad de contagio, puede perjudicar a los pacientes, tiene el deber, con la obligada discreción, de comunicarle y recomendarle consultar al que puede aconsejar la mejor actuación, e igualmente tiene el deber de ponerlo en conocimiento del Colegio de Médicos. El bien de los pacientes debe ser siempre prioritario”. Esa obligación ética también implica al médico adicto, como queda claramente reflejado en el artículo 101: “El médico que se sepa enfermo, que sea conocedor que puede transmitir alguna enfermedad o que se vea en dificultades para ejercer con plena eficacia su profesión, tiene el deber de consultar a otro u otros colegas para que valoren su capacidad profesional y seguir las indicaciones que le sean dadas”. Ambos artículos dejan claro que el principio irrenunciable “el bien de los pacientes debe ser siempre prioritario” nos obliga a enfrentar estas situaciones y no hacernos cómplices de una posible mala praxis. Pero pensar primero en los pacientes no implica que no tengamos en cuenta a nuestros colegas adictos, pues al fin y al cabo también son enfermos. Afortunadamente, desde una perspectiva ética la conducta más correcta es en beneficio tanto del paciente como del médico, puesto que en ese momento se puede ofrecer una respuesta terapéutica adecuada y eficaz al médico con problemas adictivos. En la década de los años 70 del siglo pasado nacieron en Estados Unidos de América los primeros programas para médicos adictos con una filosofía claramente coercitiva y centrados más en la persecución de las conductas adictivas de los profesionales que en su rehabilitación8. Estos programas han ido evolucionando hacia una vertiente más rehabilitadora, y de forma análoga se han desarrollado posteriormente en otros países programas para médicos de tipo preventivo que ofrecen counseling y orientación terapéutica en caso necesario9-12. Desde hace prácticamente veinte años se han ido implementando los Programas de Atención Integral al Médico Enfermo (PAIME). Las experiencias pioneras del Colegio Oficial de Médicos de Barcelona13 se han generalizado, y en la actualidad están funcionando en la práctica totalidad del estado español. Los PAIME responden a una doble necesidad: por un lado proteger a la población general del impacto que puede suponer la actuación profesional de médicos enfermos, y por otro lado ofrecer a esos médicos la posibilidad de un tratamiento efectivo y en condiciones de estricta confidencialidad. Sabe316

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mos que factores como la confidencialidad, el miedo a la sala de espera (¿Me voy a encontrar pacientes conocidos en ella?) y el temor a perder la fuente de ingresos económicos que son el sustento familiar son factores que retardan la petición de ayuda. Es por dicho motivo que los PAIME ofrecen tratamientos que garantizan la privacidad y toman en consideración todos los condicionantes, incluidos los económicos, proporcionando una atención integral al médico en situación de crisis. Con frecuencia los trastornos adictivos van de la mano de otros trastornos mentales causa o consecuencia del consumo de sustancias. En una muestra de 290 médicos admitidos consecutivamente para ingreso en la unidad de internamiento del PAIME de Barcelona, el 32,7% presentaba una dependencia del alcohol, el 17,2% una dependencia de otras drogas diferentes del alcohol, el 29,3% un trastorno mental y el 20,6% una patología dual14. El objetivo primordial de estos programas, además de ejercer una función de indudable salvaguarda de la salud pública, consiste en la rehabilitación integral de los profesionales de manera que puedan volver a realizar su trabajo. Para ello, el tratamiento se caracteriza por realizarse en un entorno completamente confidencial a lo largo de todo el proceso, ser altamente personalizado y con una monitorización prolongada. La garantía de confidencialidad se traduce en un alto porcentaje de peticiones voluntarias de ayuda. En un reciente estudio sobre 1.545 casos atendidos en 14 años en el PAIME de Barcelona, el 83,2% de los médicos acudieron para tratamiento por propia iniciativa, lo que da idea de la alta aceptación y la confianza en el programa entre el colectivo médico. Esto tiene una lectura preventiva, ya que los médicos que acudían voluntariamente eran significativamente más jóvenes, la duración del tratamiento era menor y precisaban de menos ingresos que aquellos que habían acudido al programa de forma inducida o tras una denuncia15. En cualquier caso, la entrada al programa tras una comunicación confidencial de un familiar o un colega (lo que suma el 8,1% de los casos) o incluso tras una denuncia formal ante el colegio de médicos (1,5% de los médicos admitidos al programa) no supone una merma en cuanto al protocolo de confidencialidad, que se sigue manteniendo de forma estricta aunque en este último caso se suele recurrir a la firma de un contrato terapéutico entre el médico afectado y el responsable colegial (normalmente el secretario) para garantizar que el doctor afectado realiza el tratamiento de forma adecuada y sin riesgo para él mismo o para sus pacientes16. Gracias a ello, hoy día los programas para médicos adictos arrojan cifras de recuperación superiores a la media de las obtenidas en los programas de atención en la población general17. No hay excusa, por tanto, de mirar hacia otro lado y procurar a nuestro colega la oportunidad de recuperar su salud y su profesión aunque para ello tengamos que atravesar momentos incómodos.

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En resumen, si conseguimos que nuestro compañero adicto se enfrente a su problema, no se encontrará frente al abismo, sino que dispondrá de los apoyos necesarios para superar su enfermedad. En la práctica, no obstante, resulta muy difícil manejar estas situaciones y no es fácil dar consejos genéricos, puesto que en cada caso se dan circunstancias distintas, tanto en el tipo de adicción, como en la severidad de la misma, así como en las circunstancias sociofamiliares del afectado y el tipo de riesgo de mala praxis existente. En cualquier caso, la práctica totalidad de colegios médicos tienen establecidos protocolos de actuación, que van de la denuncia a la comunicación confidencial, y que permiten a los colegiados enfrentarse a los problemas generados por los médicos adictos de una forma constructiva, que salvaguarda la salud de los pacientes y ofrece al médico enfermo la posibilidad de iniciar su recuperación. Aunque a menudo los médicos debemos aplicarnos el viejo aforismo ‘En casa del herrero, cuchillo de palo’, no debemos olvidar que en medicina la intervención precoz es sinónimo de mejor pronóstico, y ello es especialmente aplicable a nuestros compañeros adictos. Bibliografía 1. Hughes PH. Prevalence of substance use among US physicians. JAMA. 1992;267:2333. doi:10.1001/jama.1992.03480170059029. 2. Flaherty JA, Richman JA. Substance use and addiction among medical students, residents and physicians. Psychiatr Clin North Am. 1993; 16:189-97. 3. Lusilla P, Braquehais MD, Bel MJ. Médicos adictos. En: Bobes J, Casas M, Gutiérrez M, eds. Manual de trastornos adictivos. Madrid: Enfoque Editorial; 2011.

4. Skipper GE, Campbell MD, DuPont RL. Anesthesiologists with substance use disorders: A 5-year outcome study from 16 state physician health programs. Anesth Analg. 2009;109:891-6. doi:10.1213/ ane.0b013e3181adc39d. 5. Cicala RS. Substance abuse among physicians: what you need to know. Hosp Physician. 2003;39:39-46. 6. American Medical Association. The sick physician. Impairment by psychiatric disorders, including alcoholism and drug dependence. JAMA. 1973;223:684-7. 7. Colegio Oficial de Médicos de Barcelona. Código Deontológico. Accesible en: http://www.comb.cat/cast/colegi/docs/codi_deontologic_cast. pdf 8. Johnson B. A Dealing with the Impaired Physician. Am Fam Physician. 2009;80:1007-8. 9. Puddester DG. Canada responds: an explosion in doctors’health awareness, promotion and intervention. Med J Aust. 2004;181:386. 10. Jurd SM. Helping addicted colleagues. Med J Aust. 2004;181:400. 11. Oxley JR. Services for sick doctors in the UK. Med J Aust. 2004; 181:388. 12. Ro KEI, Gude T, Aasland OG. Does a self-referral counseling program reach doctors in need of help? A comparison with the general Norwegian doctor workforce. BMC Public Health. 2007;7:36. 13. Casas M, Gual A, Brugera E, Arteman A, Padros J. El Programa de Atención Integral al Médico Enfermo (PAIME) del Colegio Oficial de Médicos de Barcelona. Med Clin (Barc), 2001;117:785-90. 14. Lusilla P, Gual A, Roncero C, Bruguera E, Marcos V, Valero S, et al. Dual diagnosis in in patient physicians: Prevalence and clinical characteristics. Ment Health Subst Use. 2008;1:10-20. doi:10.1080/ 17523280701724189. 15. Braquehais MD, Valero S, Bel MJ, et al.·Doctors admitted to a Physicians’Health Program: a comparison of self-referrals versus directed referrals. BMJ. Open. 2014;4:e005248. doi:10.1136/bmjopen-2014-005248. 16. Lusilla P, Gual A. El profesional sanitario enfermo: Programas de atención integral al médico enfermo (PAIME). En: Cecilio Alamo, ed. Avances en drogodependencias. Las Palmas de Gran Canaria: GAFOS; 2008. 17. McLellan AT, Skipper GS, Campbell M, DuPont RL. Five year outcomes in a cohort study of physicians treated for substance use disorders in the United States. BMJ. 2008;337:a2038. doi:10.1136/bmj.a2038.

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